Autorretratos

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Hay indicios de autorretratos casi desde el comienzo de la andadura del arte. La huella de la mano del artista contorneada en la pared de una caverna ya es una forma de decirnos “aquí estoy, este soy yo”. En 2350 a. C., el egipcio Ni-Ankh-Ptah se autorretrata. El mismo Jesucristo en cierto modo y si las leyendas son ciertas, regaló al mundo dos autorretratos: su rostro, impreso en el lienzo de la Verónica, y la Sábana Santa de Turín, un sobrecogedor autorretrato de cuerpo entero y técnica desconocida.

Francisco Calvo Serraller comienza el magnífico capítulo dedicado al autorretrato de su libro Los géneros de la pintura con esta pregunta: ¿es la pintura toda sin distinción un simple autorretratarse?

La explicación más elemental a la costumbre de los pintores de representar la propia imagen es la de tener a mano un modelo que no se cansa de posar, no protesta, es barato y dócil a las más mínimas exigencias. Basta un buen espejo. También suele atribuirse al narcisismo de los artistas. Pero es un fenómeno tan universal y mantenido en el tiempo que pienso que debe haber algo más profundo. ¿Qué tienen de narcisistas Velázquez, Rembrandt o Van Gogh? Ante sus autorretratos se siente su perplejidad ante la existencia y una invitación a unirnos a sus preguntas.

Se atribuye a Alberto Durero el inicio del autorretrato moderno psicológico, caracterizado por el ensimismamiento y la reflexión, donde subyace la angustia de la muerte y la necesidad desesperada de asegurar la permanencia de cualquier forma.

Si el instinto del pintor retratista busca en cualquier cosa la individualidad, el parecido físico con el modelo que puede apreciar el ojo, y el psicológico más profundo y misterioso que se intuye, cuando se autorretrata, esta necesidad de realismo se vuelve obsesiva, tal vez porque para la pregunta “¿quién soy yo?” no hay una respuesta contundente.

A partir de cierto momento, el artista pasó de escudriñarse ante el espejo a usar su imagen dramatizándola y sometiéndola a piruetas extravagantes. Autorretratos como los de Francis Bacon, Lucian Freud o los de Frida Kahlo, podrían considerarse autodestructivos o incluso masoquistas. También los hay superficiales, como los de Andy Warhol, bromistas como McBean o Weegee, frívolos como los de Dalí, etc. y como en todas las cosas del arte, entre lo sublime y lo ridículo hay apenas un paso que en el autorretrato se da con facilidad.

Incluyo aquí algunos de mis propios autorretratos que supongo reflejarán algo de todo lo dicho. Mi pretensión es convertir el autorretrato en un lenguaje con que comunicar de forma directa y como quien dice mirándoos a los ojos, mi percepción del mundo. Como veréis uso técnicas diversas y la intención refleja estados de ánimo diferentes, contradictorios a veces, como se me ha dicho en alguna ocasión. Creo que no hay que tener miedo a las contradicciones. En esto hagamos caso al poeta Walt Whitman:

“¿Me contradigo?

Pues bien, me contradigo.

Soy inmenso, contengo multitudes”.

(Hojas de hierba. W. Whitman)

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1Comment
  • Carlos Gómez
    Posted at 10:58h, 07 enero Responder

    Me gusta mucho la reflexión y como no los autorretratos. Además me sirve de mucho para el estudio en esta disciplina.

    Gracias Vicente

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